“…Se dice que cuando los Ángeles tocan para Dios, tocan a Bach, pero cuando tocan para ellos mismos, tocan a Mozart…”
El concepto del filósofo británico Isaiah Berlin no puede ser más explícito al referirse al genio más grande del arte de los sonidos, la obra de Mozart se compara a la consumada organización del Universo. Salzburgo es una de las más bellas y pintorescas ciudades del mundo, su historia dio origen a la mezcla de caracteres raciales que hoy forman su ambiente, que derivan de las culturas germanas e italianas. Su población es alegre, sus melodías tienen la claridad de las montañas y la serenidad de los lagos que la rodean. Wolfgang Amadeus es el héroe mitológico de Salzburgo; restaurantes y cafeterías llevan su nombre, su imagen aparece en chocolates, llaveros, billeteras, bolsos, carteras, bufandas, paraguas, playeras, camisetas y sudaderas. Muy cerca del rio, se levanta un pequeño edificio, aquí en el No.9 de la GETREIDEGASSE nació el 27 de enero de 1756, Johannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart, más conocido como “Wolfgang Amadeus”. En el tercer piso vivió con sus padres y hermana.
Caminar por las mismas calles, ver a lo lejos las mismas montañas y contemplar el mismo rio Salzach que permanece como mudo testigo del pasado, forman parte de una sensación muy singular. Pero estar presente en la misma habitación donde nació, es una vertiente de emociones que se funden en el universo de su música, la cual trasciende la existencia material que es guiada por sonidos ordenados con absoluta perfección que nos llevan a la libertad del alma, para mostrarnos el cosmos, en cuyo centro nos encontramos.
Aquí llegó al mundo una víctima más de la maldad humana y envidia profesional. Es como si Dios escogiera a un niño provinciano, que encuentra en él la genialidad, lo sublime y lo milagroso. Lo lleva de la mano por el camino de la perfección y lo convierte en “Niño Dios” que expande la dicha sobre generaciones y siglos. Su mensaje llega desde Salzburgo hasta Cuzco, a niños y ancianos, a los animales y hasta las plantas. El fuego divino es grandioso y maligno a la vez, concede pocos años, muy pocos años de vida a su elegido, mezcla su alma con toda la miseria humana y termina consumiéndolo en su propia llama. “Feliz cumpleaños Wolfie”, tu cuerpo era de este mundo, tu alma es la eternidad misma, y tu música es luz que nace en los albores del tiempo para alumbrar ese universo que vive en nuestros corazones.
Por Francisco Pereda