RECORDANDO A HEIFETZ

 

Por Francisco Pereda

 

           “Mr. Heifetz, si toca con esa perfección sobrehumana, va a provocar la envidia de Dios y morirá Ud. joven. Le aconsejo que toque mal antes de acostarse. Ningún mortal debe presumir de tocar tan impecablemente”.

 

Estas fueron las célebres palabras del dramaturgo Bernard Shaw cuando escuchó al violinista el 13 de junio de 1920. Son palabras de elogio y admiración que convergen en un mismo punto: La inspiración convertida en perfección. Recordarlo hoy al celebrarse el 118 aniversario de su nacimiento, es enumerar infinidad de sucesos a través de cinco giras alrededor del mundo, es admirar y saborear su amplia cultura adquirida en ese viaje sin final, que es la vida del concertista, es enfrentarse a la realidad de aceptar que las estrellas por más brillantes que sean, también se apagan.

Iossif Robertovich más conocido como Jascha Heifetz, nació en Vilna, Lituania el 2 de febrero de 1901. A los 3 años pidió un violín (que conservó hasta su muerte), y empezó a tomar clases con su padre. En corto tiempo el niño fue aceptado en la Escuela Royal de Vilna, para pasar luego al Conservatorio de San Petersburgo y estudiar con Leopold Auer.    A los 7 años, ante un público de 1000 personas interpretó el concierto de Mendelssohn; hubo resguardo policial para evitar el tumulto de la gente quería entrar al teatro. Cuando tenía 14 años, se presentó en Berlín, Escandinavia y posteriormente en Estados Unidos, país del cual adoptó la ciudadanía. En 1917, ante un público numeroso y musical tocó en  el Carnegie Hall de New York, marcando así, el nacimiento de una nueva era en todo lo referente a la manera de tocar el violín. El legado de este sinónimo del violín en el siglo XX es evidente, tanto Michael Rabin, Itzhak Perlman y Leonid Kogan, han declarado que                    Heifetz fue su inspiración y que desde niños quisieron tocar como él.

El nombre de Heifetz, estuvo en los lugares más insólitos, durante la Segunda Guerra Mundial se enroló como “Soldado musical” voluntario, tocando para las tropas de los ejércitos aliados. En Perú, en el Trujillo de mis “tristes y alegres recuerdos”, en el escritorio de la vieja casa donde viví de niño, encontré un disco de vinil con el concierto de Tchaikovsky tocado por Heifetz, este fue el primer sonido de violín que escuché en mi vida. Irónicamente, en 1972, bajando los escalones de la estación del tren subterráneo en la calle 72 y Broadway en New York City, un vagabundo, al verme portando un violín se acerca y me dice burlonamente con voz decidida: “Si no vas a ser como Heifetz, mejor no estudies el violín”.

Con toda la verdad que puedan encerrar estas palabras, pienso que no habrá un Heifetz en este o en el próximo siglo. Ya lo dijo el célebre David Oistrakh: “Heifetz es grande entre los grandes”.